Todos los abuelos y abuelas tienen historias que contar y anécdotas sobre todo tipo de temas. Hoy, mientras hablaba con el mío de mi partido de este fin de semana me contó una, una de la que ya me había hablado muchas veces, pero a la cual siempre presto atención, ya que nunca me canso de escucharla. Dice así:
"Cuando era niño en el colegio jugábamos con pelotas hechas por nosotros mismos. Estas pelotas estaban hechas con trapos viejos y todo lo que pudiéramos encontrar para hacer un objeto con el cual poder pasar el tiempo. Pero recuerdo como si fuera ayer el día en el cual pude jugar con un auténtico balón reglamentario.
Mi padre me había mandado al molino con un saco de trigo, para así molerlo y obtener harina. Pero, por el camino, pasé por delante del campo de fútbol del pueblo y vi a unos chavales jugando con un balón de verdad. Decidí aparcar la bicicleta y así probar aquella maravilla. Eran más o menos las once y me puse a jugar sin preocuparme del tiempo. Jugué y corrí, me divertí como todo niño debe divertirse, incluso recuerdo con un poco de amargura, pero sólo un poco, un "balonazo" que me dieron en el estómago. Me quedé sin respiración y me agobié, pero en nada se me pasó y seguí peleando por marcar goles. Los niños que se iban juntando en el campo de fútbol iban y venían, es decir, se iban unos y al poco tiempo venían otros. Llegó el momento en el cual los dueños del balón tenían que ir a su finca a cuidar de las vacas que estaban allí pastando. Me dijeron que allí iban a seguir jugando y no dudé en acompañarlos y seguir disfrutando.
Cuando me di cuenta estaba anocheciendo y aún encima era pleno mes de julio, los días eran inmensos. No había comido, pero tampoco había tenido hambre en todo el día, el fútbol me había entretenido lo suficiente.
Llegué a casa justo a la hora de cenar. Llevaba desaparecido todo el día y mis padres me echaron una buena "bronca", el hambre que venía ya notando en el camino de regreso se me volvió a pasar, parece que las riñas de tus padres también hacen perder el apetito. Pero, independientemente del "balonazo" en el estómago, de no haber comido en todo el día y del enfado de mis padres, recuerdo aquella experiencia con gran felicidad".


















